A comienzos del siglo III, un joven aspirante al camino espiritual le escribió a un sabio respetado por su experiencia y por la cualidad de su vida. Le preguntaba qué hacer ante las reacciones de la mente, que redundan en persecuciones morales o psicológicas. ¿Cómo "estar en el mundo sin ser del mundo"? ¿Cómo, en fin, insertarse en el mundo y permanecer libre de su influencia?
El sabio respondió con la llamada CARTA A DIOGNETO, escrito inspirador y bastante conocido por los cristianos eruditos. Entre otras cosas, decía: "Cada cristiano habita en su patria, pero como forastero. Participa de todas las actividades de buenos ciudadanos y acepta todas las tareas, pero como huésped, en tránsito. Toda tierra extranjera, para él, es patria y toda patria es tierra extranjera."
Y prosigue: "El alma habita el cuerpo, pero no viene del cuerpo. El alma es invisible en un cuerpo visible. Así los cristianos se ven habitando en el mundo, pero su culto es al Dios invisible...Lo que el alma es para el cuerpo, el cristiano lo es para el mundo".
El sabio respondió con la llamada CARTA A DIOGNETO, escrito inspirador y bastante conocido por los cristianos eruditos. Entre otras cosas, decía: "Cada cristiano habita en su patria, pero como forastero. Participa de todas las actividades de buenos ciudadanos y acepta todas las tareas, pero como huésped, en tránsito. Toda tierra extranjera, para él, es patria y toda patria es tierra extranjera."
Y prosigue: "El alma habita el cuerpo, pero no viene del cuerpo. El alma es invisible en un cuerpo visible. Así los cristianos se ven habitando en el mundo, pero su culto es al Dios invisible...Lo que el alma es para el cuerpo, el cristiano lo es para el mundo".
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